El 16 de diciembre celebramos el Día de la Lectura en Andalucía, para regocijo de los lectores, de los libros y bibliotecas, de los escritores e ilustradores y de todos los que aman la palabra escrita.
Cada año, un autor o autora nos regala para celebrarlo una ALOCUCIÓN.
LEER, sí, para que el alma de los libros siempre esté despierta a la búsqueda de un lector con el que compartir la magia de la lectura y la aventura de las palabras.
LEER, no cabe duda, para que nuestros hijos lean y poder compartir su satisfacción cuando descodifiquen sus primeras letras o descubran los cuentos y sus encantamientos, porque si nos hacemos cómplices de estos hallazgos, crearemos lazos afectivos insospechados.
LEER, claro, para aprender a escuchar la voz de los libros, el corazón de los hombres o mujeres que los escribieron. Sus ideas, sus palabras, sus motivaciones, sus penas o contentos y entender que lo hicieron sin importarles los límites, los horizontes vetados o las críticas.
LEER, evidentemente, para cultivar la capacidad de comprender las múltiples facetas evolutivas de la sociedad, sabedores de que la lectura es la primera puerta que atravesamos hacia la libertad, el conocimiento, la diversidad, el éxito, la educación, hacia las ganas de vivir.
LEER, por supuesto, y descubrir que los libros tienen recursos inagotables para hacernos crecer en armonía con nuestro yo y el mundo que nos rodea convirtiéndonos así en parte activa de su evolución y de su historia.
LEER, cierto, para que la vida de los libros y sus protagonistas nos hagan pensar y viajar hasta esos lugares a los que la imaginación nos lleve. Es extraordinario comprobar que una sola palabra reproduce imágenes diferentes en cada mente. He aquí una de las claves más fascinantes de la lectura.
LEER, indudablemente, para aceptar el reto de los libros. Ellos nos ponen en la tesitura de enfrentarnos con nuestra existencia, al vivir paralelamente la de los personajes o escenarios que los habitan. Solucionando sus interrogantes arrojamos un haz de luz a los nuestros, al reír sus alegrías, cantamos las propias, al atravesar un río de papel lo convertimos en algo real, transparente y tangible.
LEER, porque un texto escrito, cincelado, tallado en una piedra, dibujado en un papiro o pasado a un disquete, conforma la memoria, la cultura y la esencia del colectivo humano.
LEER, sencillamente, para alejarnos de la rutina, de la pasividad, porque este hecho es la pizca de rebeldía que nos hará salir del inmovilismo y nos conducirá, sin apenas darnos cuenta, al placer de la lectura. Coger el libro que nos apetezca y leerlo, saborearlo, disfrutarlo, vivirlo, imaginarlo. Esta emoción, deslizándose ante nuestros ojos, transitando nuestro ingenio, nos creará sensación de plenitud.
LEER, por el deseo de LEER.